miércoles, 13 de abril de 2011

Cuentos (Reseñas)

José López Portillo con la versatilidad propia de su tiempo -versatilidad que no ahorraron poetas ni prosistas- , supo adecuar su sensibilidad a las disímiles latitudes y caracteres. Conocedor de historias y costumbres antiguas y modernas, viajero enterado que recorrió Europa y parte de Asia, al tratar los más varios paisajes, supo hacerlo con decoro y sobresalir de aquellos que en su penuria fue desgracia que les impidió ensanchar sus horizontes y que sin embargo con tintes inauténticos y en ocasiones anacrónicos, situaron sus obras en tierras europeas. Mantiene un equilibrio de corrientes -romanticismo atenuado y realismo- que muestran claramente la voluntad artística; siempre alerta de no caer en los extremos. Su arranque romántico va cediendo terreno con la madurez del temperamento. Su ideal femenino es romántico, su ideal político no lo es. Acepta las instituciones sociales y literarias, siendo celoso guardián de las segundas desde los altos puestos que ocupó en la Academia de la Lengua. Su idea del progreso sufre escición entre la añoranza emotiva hacia lo que con creces suplanta a los viejos utensilios humanos. Lo que aparentemente extraña es que utilice decantada su ironía para burlarse extrañamente del romanticismo y del naturalismo. “En diligencia” dos viajeros utilizan la literatura para acercarse a Elisa, la única joven pasajera. El uno, caballero de vanguardia, considera a Zola el maestro de la época y al Naturalismo la única escuela digna del siglo. La joven, al sincerarse, se proclama abiertamente romántica, coyuntura que aprovecha al máximo el rival para acercarse a la dama. “El Arpa”, construido según propia confesión siguiendo los lineamientos de la leyenda becqueriana, es polo opuesto de “En diligencia. “La fuga” ofrece el estudio de tres caracteres en orden progresivo, partiendo de Pedro, un ser elemental, de recta índole. El pincel de que se vale el autor para pintarlo es grueso como su temperamento; la ironía que en otras ocasiones es tan acerada, aquí resulta un poco deslucida, inoperante. Lucía, antítesis del medio en que se desenvuelve, acapara junto con Julio, el otro protagonista. El paisaje que se describe, casi siempre impasible está bien escrito. “El brazalete” abre la válvula del sentimiento, en ocasión desmesurado. Tras de una idealización amorosa viene la ruptura por la decepción. No se resigna el protagonista a aceptar a Rita tal como es, la quiere como se la había imaginado, creado. El romanticismo, otra vez se enseñorea de la acción. “El espejo” conjuga lo lógico con lo fantástico. Bécquer, lo mismo que en otras leyendas, presta sus lineamientos para crear esta obra. “Adalina” difiere de “El espejo” en que está trazada no sobre la fantasía, sino de moldes históricos literariamente deformados. “Un pacto con el diablo”, como su nombre lo indica, queda fuera de lo verosímil. López Portillo insinúa por genealogía del protagonista, anciano misántropo y avaro, la estirpe hispano-francesa de Quevedo y Mollière. El parecido humano, no trasciende por desgracia al terreno artístico. La versatilidad geográfica, temática, estilística, de esos cuentos proporcionará una idea más clara de su autor, al mismo tiempo que habrán rescatado, aunque sea, una mínima parte de la producción literaria del siglo XIX. Emmanuel Carballo